Mujeres y cáncer: un camino más allá del tratamiento activo

Los cánceres ginecológicos y el cáncer de mama constituyen un grave problema de salud pública a nivel mundial. Cada año se diagnostican más de 3.6 millones de nuevos casos, lo que representa cerca del 40% de todos los diagnósticos de cáncer en mujeres. La mortalidad es igualmente alarmante, con más de 1.3 millones de decesos anuales, lo que equivale a más del 30% de todas las muertes por cáncer en esta población. En México, el panorama no es diferente; el cáncer es la tercera causa de muerte, siendo el de mama el más frecuente, seguido por el de cuello uterino, que ocupó el quinto lugar en frecuencia en 2022. Por su parte, el cáncer de ovario es el segundo cáncer ginecológico más común y su incidencia ha ido en aumento en los últimos años, con la preocupación añadida de que su detección se hace generalmente en etapas avanzadas.

El gobierno mexicano ha implementado, a lo largo de varias décadas, una serie de iniciativas multifacéticas para abordar estos tipos de cánceres. Los esfuerzos se han centrado en un enfoque integral que abarca desde la detección temprana hasta el seguimiento. En materia de prevención y diagnóstico, se han establecido programas de tamizaje, que incluyen la citología cervical y la mastografía. Además, se han implementado campañas de vacunación contra el virus del papiloma humano (VPH), un factor de riesgo clave en el desarrollo de ciertos cánceres.

Para mejorar la capacidad de respuesta del sistema de salud, se ha invertido en la infraestructura hospitalaria, se ha modernizado el equipo especializado y se ha capacitado al personal técnico y profesional. Estos esfuerzos combinados han permitido un incremento en las tasas de supervivencia, aunque con importantes disparidades regionales. Sin embargo, este avance ha generado un nuevo desafío: la creciente necesidad de atención para las secuelas o efectos crónicos que experimentan las supervivientes como resultado de la enfermedad y sus tratamientos. Estos efectos crónicos se clasifican en dimensiones: físicas, como dolor crónico, fatiga persistente, disfunción sexual, linfedema (hinchazón) y menopausia prematura; emocionales, experimentando ansiedad, depresión y un miedo constante a que la enfermedad regrese, y sociales, enfrentando estigma, discriminación, violencia en el hogar, aislamiento social y, en los peores casos, abandono.

Este fenómeno subraya la importancia de adaptar los sistemas de salud para ofrecer un apoyo continuo e integral a las pacientes. En México se ha impulsado la implementación de equipos multidisciplinarios en diversas instituciones oncológicas públicas. Estos equipos, compuestos por personal médico, de enfermería, psicología, nutrición, fisioterapia y trabajo social, entre otros, desempeñan un papel crucial en el seguimiento y apoyo a las pacientes, con especial énfasis en las clínicas del dolor.

Además, se han desarrollado iniciativas puntuales y especializadas para abordar los efectos crónicos de la enfermedad. Ejemplos de ello son los programas «Micaela» (dirigido a pacientes con cáncer cervicouterino) y «Mujer Joven» (para cáncer de mama) del Instituto Nacional de Cancerología. Estas acciones se complementan con otros esfuerzos específicos en centros como el Hospital Oncológico de Veracruz y el Centro Estatal de Oncología de Sonora, demostrando una respuesta mejorada para algunas de estas necesidades de atención. Estos avances representan una oportunidad para que México diseñe e implemente programas formales para la atención de largo plazo de las personas que padecen cáncer. Su objetivo estaría centrado en mejorar su calidad de vida, más allá de la fase activa del tratamiento.

* Especialista en salud pública. Invitada por el Dr. Eduardo C. Lazcano Ponce.


Publicado originalmente en La Jornada, Morelos, 8 de septiembre de 2025

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